Bitácora del CORAZÓN
Hundo mi tenedor en la carne tostada casi negra,
pero increíblemente blanda.
Asierro con el cuchillo y la esponjosa carne se contrae,
al ritmo de la brutal energía con la que está siendo por
segunda vez masacrada la finada res,
Brota de ella, líquido púrpura, una combinación mortal entre sangre, aceite y agua, abundante y escandaloso líquido. Es algo bestial, una sensación de terror y resignación, recorre mi cuerpo al saber que: Habrá que devolver el plato para que se cosa de nuevo.
Todos comienzan a merendar, y estúpidamente finjo no mirar a mis compañeros de mesa, mientras comen, y surge una complicada situación social, en la que nadie quiere hacer sentir mal a nadie, pero el castigo pasa y las nalgas quedan.
Vuelve el plato con el alimento, fruto de esclavitud y sufrimiento animal, deleite de los hombres mortales e ilusión de las mesas humildes.
Vuelve la proteína fundamental de nuestro desarrollo, alimento fruto de la inteligencia, el placer sexual y los problemas arteriales.
La carne, la carne. Civilizadamente se llevan trozos pequeños de ésta a la boca, mientras nuestra mente se alimenta de ella como un depredador, y al finalizar: La total calma, el sueño, y divisar el paisaje como si de manera inconsciente se activara una melodía de música de cuerda en nuestro cerebro.
Recordando lo animales que somos aún, pienso en mariposas de colores azules y bordes negros, de esas que al parecer, alumbran como ojos de fiera, entre la pesadez del alimento ingerido y la sensación exquisita de su sabor.
La imaginación se libera en medio de esta paradoja que solo ha de explicarse cuando vemos un elefante volando por el cielo. Feliz, libre, veloz y cazando tigres como los halcones con las ratas.
La carne, la carne. Es cual ambrosia para los mortales, es tomar la energía taurina, como si el animal viviera en ti, semejando un antiguo guerrero que tomaba el poder del corazón de su enemigo.
Es la carne para mí, la carne, la carne. Es una sensación roja que se vuelve rosa hasta convertirse azul, comerla es vivir en un planeta de dos soles y muchas lunas, es amanecer y atardecer en un momento, es un placer. Es la carne.
Edgar Hernando Romero Caicedo
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